jueves, noviembre 29, 2007


La Segunda Revolución Cognitiva: El resurgimiento del significado.


Jerome Bruner (Psicólogo Fundador del Centro de Estudios Cognitivos de Harvard)


El positivismo planteado por Comte en el siglo XIX, la tradición filosófica empirista y el afán de convertir a la naciente disciplina en una ciencia, se encarnaron en la figura del psicólogo estadounidense John Watson, quien en 1913, al publicar un artículo titulado “Psychology as the behaviorist views it”, funda la psicología conductista, según la cual había que despojar a la psicología de todos los conceptos de índole mental, como la intencionalidad, los estados emocionales y las vivencias o experiencias personales. La psicología se dedicaría a estudiar sólo la conducta observable y los estímulos reales y objetivos que la provocaban. De este modo, para explicar la conducta, la psicología no debía hacer referencia a ningún ser humano en particular, llegando a ser incluso irrelevante que la investigación se desarrollara con seres humanos o con animales. Según Watson, “la psicología desde la perspectiva conductista es una rama experimental de la ciencia natural puramente objetiva. Su objetivo teórico es la predicción y el control de la conducta. (. . .) El conductista, (. . .) reconoce que no hay una línea divisoria entre el hombre y las bestias.”[1]

En la misma época en que Watson aspiraba a hacer de la psicología una ciencia siguiendo el modelo lineal-causal de la física clásica, en Europa, el lingüista suizo, Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística estructural, intentaba convertir el lenguaje en el objeto específico de una ciencia, con su ya clásica distinción entre la lengua y el habla. Así, la lingüística, se dedicaría exclusivamente al estudio de la lengua, poniendo entre paréntesis, el problema de la relación del lenguaje con la realidad.[2]

Esta concepción de la lingüística estructural, cambia profundamente la forma tradicional de abordar estas materias, pues anteriormente, la discusión filosófica se hallaba en la relación entre signum y res, es decir, en la relación de significado. Esta nueva ciencia, al excluir de la definición de signo cualquier referencia a un dominio extralingüístico, conlleva una crítica radical, a juicio de Ricoeur, tanto a la noción de sujeto como a la de intersubjetividad.

“En la lengua, podría decirse, nadie habla. La noción de ‘sujeto’, al ser desplazada al ámbito del habla, deja de ser un problema lingüístico para recaer en el terreno de la psicología. La despsicologización radical de la teoría del signo en el estructuralismo une, en este punto, sus efectos a las demás críticas, de origen nietzscheano o freudiano, del sujeto reflexivo, y entra a formar parte del gran movimiento que se ha llamado a veces la crisis e incluso la muerte del sujeto.”[3]

La desaparición del sujeto, en el ámbito lingüístico, implica también la desaparición de los otros sujetos, de todos los otros, hacia los que se dirige el habla. Si no hay un sujeto que hable, ni hay un otro que responda, tampoco hay una relación o interacción entre sujetos que permita la aparición del diálogo. Así, la lingüística estructural excluye de sus preocupaciones, a modo de epojé, el tema de la comunicación interpersonal y el uso social del lenguaje, en su intento de hacer del lenguaje un objeto de estudio científico. Con este mismo propósito, la psicología estadounidense, durante más de cuarenta años, eliminó al sujeto, al individuo, de su ámbito de competencia, situación que también se presentó en otras disciplinas, como la antropología.

En medio del escenario de hegemonía computacional, que se desarrolló fundamentalmente en los Estados Unidos con la revolución cognitiva, volvió a surgir una fuerte corriente antimentalista, que pretendía erradicar de la ciencia cognitiva los llamados “estados intencionales”, como creer, desear o comprender; y con ellos, la noción de sujeto o agente, dado que estos conceptos suponen la existencia de estados intencionales que orientan la acción. De esta manera, para Pozo, el enfoque computacional “a pesar de su apariencia revolucionaria, es profundamente continuista con la tradición del conductismo.”[4]

Así como para Ricoeur, la lingüística estructural, en su afán de cientificidad, excluye precisamente aquello que es esencial del lenguaje, el acto de hablar, para Jerome Bruner, la psicología, con el mismo propósito, dejó de lado una característica esencial del ser humano, el acto de buscar un significado, un sentido, a la experiencia vivida. La ciencia cognitiva, en sus comienzos, no sólo obvió el conocimiento que se había gestado en otros ámbitos, como la física y la biología, sino también, los desarrollos iniciales y los planteamientos teóricos que habían formulado los principales fundadores de las disciplinas que la constituían. Para la ciencia cognitiva, en especial para la psicología estadounidense, la historia había dejado de ser significativa.

“No cabe ninguna duda de que la ciencia cognitiva ha contribuido a nuestra comprensión de cómo se hace circular la información y cómo se procesa. Como tampoco le puede caber duda alguna a nadie que se lo piense detenidamente de que en su mayor parte ha dejado sin explicar precisamente los problemas fundamentales que inspiraron originalmente la revolución cognitiva, e incluso ha llegado a oscurecerlos un poco.”[5]

A mediados del siglo XX, un grupo de investigadores de diversas disciplinas, consideraron que no era posible pagar un precio tan alto en aras de este anhelo de crear una ciencia objetiva, ya sea en el ámbito de la lingüística, de la antropología o en el de la psicología. ¿De qué servía una ciencia del lenguaje que no considerara la práctica cotidiana, el uso humano, del lenguaje?, ¿para qué una psicología que no diera cuenta de la experiencia humana en el diario vivir?, ¿era viable una lingüística y una psicología sin sujeto, sin agente?. El mismo Jerome Bruner, quien fue un importante actor en la revolución cognitiva de 1956, señala, que recuperar “la mente” en las ciencias humanas, y con ella el estudio del significado en la experiencia cotidiana, era el objetivo que pretendían los gestores de la revolución cognitiva, hacia mediados del siglo XX.

“Creíamos que se trataba de un decidido esfuerzo por instaurar el significado como el concepto fundamental de la psicología; no los estímulos y las respuestas, ni la conducta abiertamente observable, ni los impulsos biológicos y su transformación, sino el significado. (. . .) Su meta era descubrir y describir formalmente los significados que los seres humanos creaban a partir de sus encuentros con el mundo, para luego proponer hipótesis acerca de los procesos de construcción de significado en que se basaban. Se centraba en las actividades simbólicas empleadas por los seres humanos para construir y dar sentido no sólo al mundo, sino también a ellos mismos”[6]

De acuerdo a diversos autores[7], a principios de los años ochenta se fue gestando una nueva edición de la revolución cognitiva, que vuelve a considerar al sujeto como agente de sus procesos cognitivos, rescatando el carácter constructivo y dinámico de la experiencia y de los significados. Entre los antecedentes de esta segunda revolución, se hallan las limitaciones que manifestaba la arquitectura serial o clásica y la reconsideración que se fue haciendo de los planteamientos formulados en la primera mitad del siglo XX por la filosofía y la psicología europea. Esta recuperación histórica, que incluye a los teóricos de la gestalt y a personajes como Dewey, Piaget, Vygotsky, Gadamer, Merleau-Ponty y Bartlett, entre otros, resultó particularmente difícil, dadas las grandes diferencias que estas ideas, y los supuestos que subyacen a ellas, tienen con los que caracterizaron al enfoque dominante o hegemónico en la ciencia cognitiva.[8]

En el caso de la psicología cognitiva europea, que podría caracterizarse como una psicología sistémica u organicista, ésta considera que su unidad de análisis son las totalidades, la relación del individuo con su entorno, no pudiéndose reducir la unidad de estudio al análisis de los elementos constituyentes. Los planteamientos de la psicología de la Gestalt, de Dewey, Bartlett, Piaget y Vygotsky, adoptan un enfoque constructivista, según el cual, la estructura cognitiva del sujeto, que es de carácter dinámico, juega un rol fundamental en la interpretación que éste hace de la realidad y en los significados que va gradualmente construyendo.

“Existe por tanto un rechazo explícito del principio de correspondencia o isomorfismo de las representaciones con la realidad. Situadas en una tradición racionalista, estas teorías no creen que el conocimiento sea meramente reproductivo, sino que el sujeto modifica la realidad al conocerla. Esta idea de un sujeto ‘activo’ es central a estas teorías.”[9]

Estos enfoques sistémicos-organicistas, coherentes con los planteamientos de la cibernética, rechazan la concepción estática de los enfoques mecanicistas clásicos, al considerar que los organismos son entidades dinámicas, que están en constante cambio como resultado de interactuar continuamente con su entorno. Así, los cambios estructurales que presenta un organismo a lo largo del tiempo, que pueden concebirse como aprendizajes, son procesos naturales y característicos de éste, que no se pueden obviar y de los cuales es necesario dar cuenta al intentar explicar su conducta.


[1] Watson, John. Psychology as the behaviorist views it. Psychological Review, 20, 158-177. 1913. En http://psychclassics.yorku.ca/Watson/views.htm (10/01/07)

[2] Ricoeur, Paul. Philosophie et langage. Revue philosophique de la France et de l’Étranger, vol. CLXVIII, Nº 4, 1978. En Ricoeur, Paul. Historia y Narratividad. Ed. Paidós, Barcelona. 1999.

[3] Ibíd. p. 44.

[4] Pozo, Juan. Teorías Cognitivas del Aprendizaje. Ediciones Morata, Madrid. 1989. p. 56.

[5] Bruner, Jerome. Acts of Meaning. Cambridge: Harvard University Press. 1990. Edición en español: Actos de Significado: Más allá de la Revolución Cognitiva. Editorial Alianza, Madrid. 1991. p. 27.

[6] Ibíd. p. 20.

[7] Bruner, Jerome. Acts of Meaning. Cambridge: Harvard University Press. 1990. Edición en español: Actos de Significado: Más allá de la Revolución Cognitiva. Editorial Alianza, Madrid. 1991. Gardner, Howard. The Mind's New Science: A history of the cognitive revolution. New York: Basic Books. 1985. Edición en español, La Nueva Ciencia de la Mente. Ed. Paidós, Barcelona. 1987. Harré, Rom. Gillett, Grant. The Discursive Mind. Ed. Sage. California. 1994. Martínez, Miguel. Comportamiento Humano: Nuevos Métodos de Investigación. Ed. Trillas, México. 1989. Pozo, Juan. Teorías Cognitivas del Aprendizaje. Ediciones Morata, Madrid. 1989. Varela, F., Thompson, E., Rosch, E. The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. MIT Press, Cambridge, Mass. 1991. Edición en español, De Cuerpo Presente: Las ciencias cognitivas y la experiencia humana, Ed. Gedisa, Barcelona. 1997.

[8] Pozo, Juan. op. cit.

[9] Ibíd. p. 57.